Uno de los signos de identidad de las Islas Canarias es su origen volcánico, que ha dado lugar a paisajes diversos, singulares y majestuosos –como Timanfaya, las Cañadas del Teide, la Caldera de Taburiente o la Ruta de los Volcanes de La Palma–, convertidos en uno de las grandes atractivos naturales del archipiélago
Aunque su actividad sísmica y volcánica es inferior a la del inquietante cinturón de fuego que rodea el Pacífico, el océano Atlántico atesora notables muestras del constante movimiento de la corteza terrestre, tanto bajo sus aguas como en sus territorios emergidos. Buena parte de las islas bañadas por las aguas del Atlántico tienen un origen volcánico: Islandia, las Azores, Madeira, Cabo Verde, muchas de las Antillas… Y, por supuesto, las Islas Canarias.
Consecuencia de su violento nacimiento, todas ellas comparten una geografía abrupta que configura paisajes únicos, exóticos y llenos de contrastes, con un denominador común: la presencia de elementos propios de los entornos volcánicos: cráteres, fumarolas, campos de lava, malpaíses –grandes extensiones de lava pedregosa–, jameos –secciones hundidas de un tubo volcánico subterráneo–, hervideros –frentes costeros muy recortados originados por el repentino enfriamiento de la lava incandescente al entrar en contacto con el mar–, islotes –pequeñas porciones elevadas de territorio con vegetación aisladas entre mares de lava-. Palabras todas ellas cuyo significado es normal no conocer, pero que remiten a lugares sobrecogedores que por ellos mismos merecen una visita.El origen del archipiélago
Más allá de su legendaria relación con el mito de la Atlántida –una civilización modélica que, según aseguraban los griegos clásicos, desapareció bajo las aguas del océano a causa de un pavoroso terremoto–, la ciencia dice que las Islas Canarias empezaron a formarse hace 40 millones de años, a raíz de la fractura del lecho oceánico, y acabaron emergiendo a partir de 20 millones de años atrás, un proceso que coincide con la elevación de las actuales grandes cordilleras del planeta: los Alpes, el Atlas, los Andes, el Cáucaso, las Rocosas y los Himalayas.
A partir de ese tumultuoso nacimiento gestado en aguas del Atlántico, las siete islas canarias han ido moldeando su diverso y atractivo aspecto actual a base de sucesivos ciclos eruptivos, algunos de los cuales se remontan a apenas dos y tres siglos atrás –es el caso de Timanfaya (Lanzarote) y las llamadas Narices del Teide (Tenerife)–, a 1971 –año en que tuvo lugar la erupción del Teneguía, la última en la isla de La Palma– o a 2011, cuando la intensa actividad de un volcán submarino inquietó durante varios meses a la población de El Hierro, considerada por los geólogos la isla más joven del archipiélago –la más antigua es Fuerteventura–.Hoy, todas las islas presentan rasgos volcánicos de gran interés turístico. Se trata de lugares accesibles y seguros, entre los que destacan las calderas de Bandama, de Tejeda y de Pinos de Gáldar (Gran Canaria);; el Malpaís Grande y el Malpaís Chico, en Fuerteventura;; el volcán de Lomo Negro (El Hierro) –que cuenta con dos excelentes miradores–, el Monte Corona y los Jameos del Agua (Lanzarote);; y los volcanes Siete Fuentes, Fasnia, Arafo, Arenas Negras y Chinyero (todos en el norte de Tenerife).
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