Una de las pruebas más difíciles a que el amor se ve sometido es la del perdón Perdonar
Perdonar
Vengo hoy a reflexionar querido lector, sobre un tema que en nuestra cultura, poco a poco, pareciera que va perdiendo peso, bien porque nos quieren hacer pensar que su práctica denota debilidad bien porque no es propia de la persona exitosa. La realidad es bien distinta y quería que juntos, siguiendo la línea de pensamiento de Dn. Javier Vidal Quadras, le dediquemos unos minutos a darle vueltas.
Me serviré para ello del entorno más íntimo en donde cada uno de nosotros nos desenvolvemos, y que, por cierto, donde quizás más necesaria sea su práctica.
Una de las pruebas más difíciles a que el amor se ve sometido es la del perdón.
-Qué difícil es perdonar!…me dirás (y añado, saber perdonar).
– Y qué difícil es pedir perdón!…pensarás (e insisto, saber pedir perdón).
Perdonar

Sea en el primer caso o en el segundo, tendremos que lidiar con uno de los “defectos de fábrica” con los que venimos al mundo -y que, si me permites el consejo, interesa que luchemos por controlar para que, al menos, no nos haga daño- un enemigo muy poderoso, astuto y embustero: la soberbia.
El primer engaño al que nos suele someter –y en el que caemos una y otra vez– es presentarnos el bien con apariencia de mal.
Por ejemplo, una mujer le dice a su marido que le ha dolido que se olvidara de ella durante un viaje de trabajo porque no la llamó por teléfono hasta pasadas las siete de la tarde.
Si no fuéramos orgullosos, pensaríamos: “¡Uff! Tiene razón. Mira que no acordarme en todo el día de llamarla. Diría que lo pensé en algún momento… pero, la verdad, se me fue el santo al Cielo”.
Es decir, pensaríamos que es un bien que nuestra esposa nos recuerde algo en lo que hemos fallado y podemos mejorar. Así de sencillo.
Pero, como lo somos (orgullosos), pensamos (o peor, decimos): “¡Hombre, mírala, también podría haberme llamado ella! Además, ¿cómo que no me acordé? ¡Claro que lo hice! No puedo llamarla porque voy de reunión en reunión, a la primera oportunidad que tengo, lo hago, y así es cómo me lo agradece. ¡¿Sabes qué te digo?!…” (y ya no sigo…).
La soberbia actúa rápido y suele ser la primera reacción. No pasa nada…pero no lo verbalices!! Deja pasar un tiempo, con unas horas basta. Toma distancia. Reflexiona. Basta un paseo, un rato con uno mismo, con mi auténtico yo, el de verdad, el que no necesita aparentar, el que no se cree el mejor de todos, el que sabe de sus debilidades y miserias. Y, poco a poco, va saliendo la verdad a flote. Al rato, ya he logrado sincerarme conmigo mismo. Y me doy cuenta de que, tenga o no tenga razón (¡qué importancia tiene esto en el amor!), he de pedir perdón… y perdonar.
MÁS Perdonar

-¿También?
-Sí, interiormente.
Pedir perdón porque ella esperaba lo que no he dado. He aquí una regla básica: en el amor las quejas no son reproches sino peticiones. Si mi mujer/mi marido, se queja de algo, en realidad es que me está pidiendo algo.
Y perdonar… Aquí, en realidad, no haría falta perdonar porque el perdón es siempre la reacción libre ante un mal que se ha recibido y, para eso, tiene que haber existido un mal, un agravio. El comentario de esa mujer a él le puede doler, molestar, porque le recuerda un fallo, pero no hay nada que perdonar, pues en el fondo, le ha hecho un bien.
Aún así, es bueno hacerlo interiormente:
-Te perdono.
Renuncio al resentimiento, al recuerdo, al recuento.
Perdono y olvido. A veces, no se puede olvidar, no depende de nosotros. Pero siempre se pueden recordar las injusticias como perdonadas, sin tenerlas en cuenta, poniéndonos de nuevo en sus manos, haciéndonos una vez más, por amor, vulnerables.
Lo anterior no implica renunciar a ser uno mismo. La solución no es negar el agravio o el dolor que sentimos, sino afrontarlo. Exteriorizarlo. Hablarlo. De modo de crecer conjuntamente, como pareja, sabiendo lo que nos duele y lo que nos gusta. Y diciéndolo, aunque solo sea para darle la oportunidad, que seguro está esperando, de amarnos con más acierto, como nosotros queremos ser amados.
Y, una vez dicho, entonces sí, perdono. Con libertad, porque quiero, sin condiciones, renunciando a mi pequeña venganza. Rompo el círculo vicioso y renuncio a encerrarme en mí mismo, a dar vueltas a mi propio resentimiento.
Y entonces, sólo entonces, crecerán y volarán alto…
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