Aquellas crisis a las que les tememos y dan que hablar, se dice que llegan en determinados momentos de la relación: a los pocos años de casados -2 más o menos- cuando desaparece poco a poco el impulso del sentimiento, a los 7 años, a los 15, a los 30 o incluso a los 40! Las crisis en la relación de pareja
Sabemos que las crisis no son fruto de un suceso con programación matemática, tocan cuando tocan y se presentan cuando quieren –incluso en el mejor de los matrimonios- pero lo interesante no es saber eso sino estar preparados para afrontarla y saber aprovecharla para crecer y fortalecer la relación.
Es necesario que sepamos de antemano que, si bien hoy se tiende a pensar inmediatamente después de surgir las primeras desavenencias que se ha elegido mal, que él/ella no era lo que parecía, que no somos el uno para el otro, ese no es un razonamiento coherente. Por el contrario, suele ser la poca madurez personal o la evolución errática del matrimonio la que no ha seguido las pautas necesarias.
La esencia del matrimonio, de esa unión que en algún momento de nuestras vidas nos decidimos a encarar con gran ilusión y enorme felicidad, pensando –consciente o inconscientemente- que sería para toda la vida porque esa persona que hemos elegido “es el no va más”, la esencia de eso decía, es el amor. Y el amor, juega su momento decisivo en la entrega. La entrega, en la relación conyugal, se manifiesta de una manera particular y se concreta en liberarse de las cadenas que nos atan al propio “yo”, de modo de poder ir dándonos progresivamente y de manera más intensa a nuestro cónyuge. Asimismo, esa entrega requiere una aceptación y acogida sin reservas del cónyuge. Para esto último, ese desprendimiento del propio “yo” implica ir haciendo espacio en nuestro interior, vaciándonos de nosotros mismos, para dar cabida y acoger a la persona amada.
Es fundamental dar respuesta la siguiente pregunta:
Es un conflicto un signo de falta de amor y por ende, un obstáculo a la unión; o por el contrario, es una llamada para que ese amor madure y para que se pueda querer más y mejor?
Es que hoy en día, como decíamos al inicio del artículo, existe la creencia errónea y falsa, de que cuando hay amor no deberían presentarse problemas ni dificultades, por tanto, cuando aparecen –que lo harán irremediablemente- estos devienen en crisis aparentes que no tienen fundamento ni argumento.
Asistimos así, a tantos desencuentros y roturas de compromisos de amor que, sin juzgar a nadie, acarrean tanto dolor y sufrimiento a su entorno cercano y a ellos mismos.
Te regalo poesía de Gustavo Adolfo Bécquer, conocida ya, pero que nos ayuda a reflexionar:
“Asomaba a sus ojos una lágrima y a mis labios una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro; pero al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún, ¿por qué callé aquel día?
y ella dirá ¿por qué no lloré yo?”
Los roces o contradicciones conyugales, pueden ser síntomas de la necesidad de un nuevo reencuentro, más íntimo e intenso, y con un progresivo aumento del olvido de uno mismo.
Estas oportunidades de maduración, aunque sean dolorosas y cueste afrontarlas, forman parte de todo proceso humano de desarrollo, y la vida conyugal no escapa ellas.
Jean Guitton escribió:
“En el fondo de todo amor existe sin duda una eterna repetición, una monotonía implacable. Para que el automatismo que lo acecha no pueda destruirlo, necesita cambios de tiempo, de lugar, de estructuras, alternativas de partida y de retorno, descubrimientos sucesivos, crisis inofensivas. Y la fidelidad consiste en integrar en sí todos estos accidentes y nutrirse de ellos. El amor de la pareja no puede subsistir sin superarse, sin elevarse, sin volver a encontrarse en un plano más elevado.”
Aprendamos a interpretar esas señales de esa manera, buscando el bien del ser amado, dialogando todo lo que sea preciso para poder elevarnos por sobre las miserias de nuestro ego para dar lugar a la comprensión, a la fidelidad, al amor.
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